Solo Squash

Laura González – El Correo

De no haber sido por su padre su historia sería la de una más de las niñas paquistaníes encerradas en su hogar, su propia cárcel, donde crecen bajo la estricta mirada de sus progenitores, hasta que pasan a ser ‘objeto’ propiedad de sus maridos, con el único objetivo de satisfacer sus deseos y cuidar de sus hijos. Pero Maria Toorpakai Wazir tenía claro desde el principio que no quería vivir una vida así. Y lo ha conseguido, convirtiéndose en una de las mejores jugadoras de squash del planeta y en fiel defensora de los derechos de la mujer.

El camino no ha sido nada fácil. Nació el 22 de noviembre de 1990 en Waziristan del Sur, un región tribal del noroeste de Pakistán, frontera con Afganistán, uno de los lugares más peligrosos del mundo, donde los talibanes marcan las normas. Allí las niñas tienen prohibido hacer deporte y prácticamente la educación, pero Toorpakai no quería renunciar a ninguna de estas dos cosas. Una lucha que empezó a fraguar en casa, gracias a su padre, Shamsul Qayyum Wazir, un anciano tribal descendiente de una familia política destacada de la zona, que pese a haberse criado en una sociedad ultraconservadora siempre abogó por la igualdad de derechos y oportunidades entre hombres y mujeres. Se negó a marcar diferencias entre sus cuatro niños varones y sus dos hijas. Ayesha, la hermana de Maria, es la única mujer parlamentaria de su región. Estos pensamientos hicieron que fuera considerado como un paria, rechazado por sus propios parientes, quienes alegaban que sufría una enfermedad mental.

Tanto él como su mujer siempre empujaron a sus hijos a luchar por ser lo que quieran ser, y también a que practicaran deporte. Toorpakai empezó a levantar pesas, pero un día vio un partido de squash, deporte de raqueta muy popular en el país, y se quedó fascinada. Pronto empezó a tomar clases en una academia. Lo hacía como un chico, bajo el nombre de Genghis Khan, como el guerrero mongol, con quien compartía su fuerza y fortaleza. Con apenas 4 años ya se había rapado el pelo y había quemado todos sus vestidos en el patio trasero de su casa, consciente de que solo haciéndose pasar por un niño podría disfrutar del deporte y ser libre, como explica en sus memorias y en un documental que recoge su vida, ‘Girl Unbound’, estrenado en 2017. «Yo era diferente. Me sentía más fuerte que mi hermano mayor«.

Así permaneció durante casi una década, hasta que los éxitos comenzaron a llegar y se terminó destapando el secreto. Con 16 años logró el bronce el Mundial juvenil, y acabó saliendo en las noticias como la primera chica de la región en practicar deporte a nivel internacional. Eso despertó la ira de los talibanes, además del hecho de no llevar velo y jugar en pantalones cortos. Tanto ella como su familia recibieron serias amenazas de muerte ya que sus actos eran percibidos como ‘no islámicos’, toda una ofensa.

Con tan solo 4 años se rapó el pelo y quemó todos sus vestidos. Sabía que solo haciéndose pasar por un niño podría ser tener libertad

Totalmente frustrada se refugió en su casa durante tres años, sin prácticamente salir, ejercitándose contra las paredes de su habitación, para no perder la forma y pulir la técnica. Durante todo ese tiempo pidió ayuda a muchas federaciones y clubes a través de numerosos e-mails, hasta que en 2011 Jonathon Power, exnúmero 1 del mundo en squash, le contestó y le abrió las puertas de su academia en Toronto, ciudad en la que reside en la actualidad. Meses después de instalarse allí ya se había convertido en la mejor jugadora de Pakistán y en una de las más destacadas de todo el planeta. «Mi padre me enseñó a nunca tener miedo de nadie, y a que todos los hombres y mujeres nacemos de una madre y no hay diferencias. La única que hay es que si crees que eres débil, lo serás. A las niñas generalmente se les enseña a serlo, pero en realidad somos muy fuertes«.

 

Hospital para mujeres y niños

Estas y otras ideas las transmite desde hace años en conferencias y en las distintas acciones que lleva a cabo con la fundación que dirige y que lleva su nombre. Su misión no es otra que la de empoderar a las jóvenes y a las mujeres de su país, y del resto del mundo, promoviendo comunidades pacíficas a través del deporte y la educación. Entre otras muchas cosas ha levantado un hospital de mujeres y niños en la localidad de Bannu, y ha organizado torneos de squash, ‘juegos fronterizos’, entre países vecinos de la zona de Asia Central para recuperar la buena sintonía perdida tras la independencia de Pakistán en 1947.

 

Maria Toorpakai confía en un cambio a nivel mundial y sueña con que todos los niños y niñas de planeta puedan trazar las líneas de su camino, escogiendo sus propios destinos. «Todos deberíamos vivir la vida con plena libertad. Es un derecho básico que nadie lo puede arrebatar. La distancia entre Oriente y Occidente ha causado miedo y odio. La ignorancia genera extremismo y estrechez mental. Lo único que podemos desarrollar a la humanidad en su conjunto es asegurarnos de que todos estén educados», declara, siendo consciente de que su valentía está cambiando la mente de muchas personas en su país. «Hay chicas que vienen a los ‘clinics’, se quitan el burka, empiezan a a jugar y comienzan a sentir una gran sensación de liberación que nunca habían vivido. Estoy feliz de ser un modelo para ellas y de ayudarlas. Todos tenemos derecho a vivir en un ambiente seguro y de libertad«.